Palacio nacional de México

Pocas ciudades del mundo contaran con un número tan considerable de suntuosos edificios como cuenta México, esta hermosa capital que bien merece ser llamada la Ciudad de los palacios y la sin rival en calles.

Pero entre los que más deben llamar la atención del inteligente o del pintor, no hay duda que debe ocupar un lugar distinguido la Diputación, tanto por estar en uno de los puntos principales de la ciudad, como por la sencillez, elegancia y solidez que en se reúne.

La Diputación, Casas de cabildo o Palacio municipal, pues con todos estos nombres es conocida, fue uno de los edificios primeros que se construyeron poco después de la conquista, y cuando aún a los españoles les parecía un sueño la posesión de una ciudad tan heroicamente defendida: según la costumbre de aquella época, se levantó una torre en cada extremo del edificio, tal vez para que sirvieran de punto de defensa en un caso aflictivo, y allí estuvo en los primeros años la fundición, la alhóndiga y las carnicerías, hasta que un incidente desagradable vino a destruir cuanto había, como pasaremos a relatarlo.


 A principios de 1692, siendo virrey el conde de Galve y componiendo el noble Ayuntamiento y la autoridad el oidor D. Francisco Fernández Marmolejo, que era superintendente del desagüe; D. Juan Núñez de Villavicencio, corregidor; alcaldes ordinarios, D. Alonso Morales y D. Juan de Dios Medina Picazo; alguacil mayor, D. Rodrigo Juan de Rivera Maroto: regidores, D. Diego Pedraza y Vivero, D. Bernabé Álvarez de Ita, D. Juan de Torres, D. Luis Miguel Luyando y Bermeo, D. Juan Manuel de Aguirre y Espinosa: escribano mayor interino, D. Gabriel Mendieta Rebollo: contador, D. Francisco Morales: mayordomo, D. Francisco Manrique y Aleman: procurador general, el regidor D. Diego Pedraza: alférez real, el regidor D. Juan Manuel de Aguirre: diputado de casa de moneda D. Luis Miguel Luyando: diputado de alhóndiga, el alférez real: escribano de dicha, D. José del Castillo; y capellán, el bachiller D. Francisco de Esquivel, hubo en México una terrible calamidad de hambre que tenía consternada a la población; y celoso el virrey, conde de Galve, del desempeño de sus obligaciones, manifestó al pueblo que iba a hacer un grande acopio de maíz, y que en tanto la clase rica facilitaría a la necesitada las cosas indispensables a la vida, como efectivamente contribuyo, dando abundantes cantidades a las personas pobres, distinguiéndose el arzobispo de Aguiar y Seijas, en caridad cristiana, como había sobresalido siempre a todos en el desempeño de su ministerio. 

La destrucción del palacio nacional de México

Pero la gente maligna, que nunca falta en las grandes poblaciones, y que haya motivos de murmuración aun en los pasos más justos, empezó a criticar el acto salvador del gobierno, haciendo creer a la gente incauta que el virrey había enviado a sus comisarios a comprar todo el maíz que había en Chalco, Toluca y Celaya, no con el objeto de favorecer al pueblo, sino de enriquecer a costa suya, vendiendo más caro el efecto: resultando de aquí el que alarmándose el pueblo, se amotino al anochecer del 8 de Junio, y después de haber apedreado las ventanas de palacio y cometido otros  desmanes, que no pudieron impedir ni los vecinos más respetables, ni el arzobispo, pego fuego al palacio del virrey, a la Diputación, y a algunas tiendas cercanas, de las que se robaron el dinero, sin que se consiguieran salvar los edificios de las terribles llamas que los devoraron; siendo la perdida causada por estos incendios de más de tres millones de duros.

Destruida de esta manera la Diputación, fue preciso reconstruirla, como se hizo, dándole la elegante forma que hoy tiene y que con tanta exactitud lo manifiesta la litografía que acompaña a este artículo. El suntuoso y elegante portal que la embellece, se concluido en 1722, y poco después quedo terminado todo el edificio, que costo 132,000 duros.

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