La villa de Guadalupe de México

La Villa de Guadalupe se halla situada al Norte de la ciudad de México, a distancia de una legua de la capital, en las orillas del lago de Texcoco.


Conducen a ella dos calzadas; una de piedra, construida a la izquierda, sobre los potreros cubiertos de agua la mayor parte de la estación del verano, y otra a la derecha, de tierra, con dos líneas de álamos blancos que forman una escena óptica, si bien algo triste por la aridez de los contornos y por la tinta deslavada de las hojas de los árboles.

Pocos santuarios hay en el mundo tan célebres como este. En la Republica especialmente es el símbolo de la religión y de la independencia, la representación viva y patente de la creencia mística y de la creencia social. Lugar famoso desde los tiempos antiguos, lo es todavía y lo será en lo futuro, por estar ligados con el los sucesos más importantes de nuestra historia.


La tradición es simple y poética, y los actores de un origen humilde. Juan Diego era un indio nacido en el pueblo de Cuautitlán, recién convertido a la religión católica, de costumbres arregladas y sencillas. Su familia consistía en su esposa, que se llamaba María Lucia, y en un tío, Juan Bernardino. La vida de Juan Diego se reducía a trabajar en el pueblo Tolpetlac, de donde venía a Santiago Tlatelolco a oír la doctrina de los religiosos franciscanos, que administraban entonces la parroquia. Atravesando en uno de esos viajes una serranía árida, cubierta de espinas y malezas, que terminaba en la orilla de la laguna, por lo que en el idioma mexicano se llamaba Tepetlyecaczol, que los españoles pronunciaban Tepeyac, que quiere decir nariz del cerro, Juan Diego oyó una música tan suave y armoniosa como nunca la había escuchado igual, ni entre los españoles, ni entre la gente de su país.

Detuvose para observar de que parte venían estas armonías, y entonces vio un arcoíris de bellísimos colores, y en medio de una nube blanca y trasparente, la figura de una mujer de hermoso y apacible rostro, y vestida poco más o menos como usaban las indias nobles y ricas de esos tiempos. Juan Diego se acercó sin temor, y entonces la Señora le dijo que era la Madre de Dios, que deseaba se le edificase un templo en aquellos lugares, y que dispensaría su protección y amparo a los que de corazón se acogiesen a ella. Ordeno asimismo a Juan Diego que inmediatamente refiriese al obispo lo que había visto y oído. El indio lo hizo efectivamente así, y se dirigió a la casa de D. Fray Juan de Zumárraga, del Orden de San Francisco y que era entonces obispo de México, y aunque tuvo mucha dificultad para entrar, logro por fin hablar al prelado, e imponerle de cuanto había ocurrido; pero no recibió respuesta satisfactoria, porque el obispo creyó que no eran más que visiones y quimeras de un indio que acababa de dejar el culto de los ídolos.


Juan Diego volvió desconsolado; pero por tres veces más se le apareció la Virgen. La quinta vez, Juan Diego, desanimado con las repulsas del arzobispo, y hallándose su tío Juan Bernardino gravemente enfermo, le pareció preferente negocio el buscar un confesor para que le auxiliase, y así, se desvió del camino para no encontrar en esa ocasión a la Señora que siempre se le aparecía; pero su intento fue vano, porque en el lugar donde todavía se halla un manantial de agua sulfurosa, la Virgen le salió al encuentro, le aseguro que su tío estaba ya perfectamente sano, y le ordeno que subiese a la cumbre del cerro a recoger diversas flores para que las llevase al obispo como comprobación de la verdad de todo lo que le había referido. 

Basílica de Guadalupe - Arquidiócesis de México (arquidiocesismexico.org.mx)


Comentarios

Entradas más populares de este blog

La alameda vista en globo